En 1951 Andrés era un minero soltero que trabaja en la lampistería del Pozo San Luis, en Asturias.
Trabajaba en la lampistería, el lugar donde se arreglaban las lámparas de los mineros.
Tuvo suerte de desempeñar ese trabajo, ya que la empresa no le permitía trabajar en el interior.
Un accidente de niño, le impedía doblar la rodilla derecha y caminaba con cierta dificultad.
De familia humilde, tuvo que buscarse la vida desde muy pequeño y desarrollar otras habilidades, lo que le convirtió en un niño listo y observador.
Hacía algún trabajo fuera de la mina para sacarse un sobresueldo, pero todo eran recados y malos chollos que no le daban para vivir.
Le gustaba la farándula y como bailando no podía ganarse la vida, se fijó en el acordeón.
Vio como otros chicos se sacaban unos dineros y se decidió.
Compro un acordeón de tercera mano y tras unas semanas de prácticas se decidió.
No era gran músico, pero tenía mucho desparpajo y una buena voz.
La necesidad hizo el resto.
Si un vecino se casaba, removía Roma con Santiago para poder tocar en la boda.
Tenía un don.
Sus ojos azules, su sorna educada y su cojera, derretía el corazón de cualquiera.
Se casaba el hijo del vecino, allí estaba Andrés y su acordeón.
Cantaba, tocaba y la gozaba vaya que si la gozaba.
El cura hacía una fiesta y allí estaba Andrés rogándole al cura.
En todos los fregados se metía con su cara de pícaro y su emoción.
Y no gratis, siempre cobraba por adelantado.
Durante su soltería le venía de cine.
Iba a la boda de turno, tocaba, se unía a la fiesta y metía unos cuartos al zurrón.
Bueno, los ganaba, pero su bolso del pantalón de soltero tenía un pequeño gran agujero.
La fiesta la soltería, a nadie nos salió barata, a él tampoco.
Hasta que un día encontró al amor de su vida.
Una chica tímida y discreta que no se parecía nada a él.
Eran como Don Juan Carlos y doña Sofía, pero sin linaje y con la sangre roja de un trabajador de la epoca.
Tras unos meses de noviazgo, se casaron.
Se acabó la soltería, pero Andrés siguió con el acordeón.
El agujero de su pantalón desapareció rápidamente, milagro de Dios.
Bueno, no, de Lucinda.
Entonces pensó en ampliar servicio; había que meter más dinero en casa.
Tocar el acordeón y además hacer los retratos de las bodas con una cámara de la época.
Parecía buena idea.
Todo el negocio en el mismo día, pensó el Corsino emprendedor.
Pero claro, no tenía cámara.
Bajó al mercado y consiguió comprar una vieja cámara de quinta mano.
Tenía cámara, pero no tenía carretes y ya había cerrado la primera boda con el combo completo.
Win, Win.
Tenía mucho morro y necesitaba el dinero.
Su mujer sospechaba.
Sabía con qué pájaro dormía cada noche.
Cansada de las bodas y viendo venir las fotos fantasma, se puso seria con él.
“Se acabó Corsino, vas a ser padre, déjate de andar por ahí tol dia de comedia”
Ese día, por suerte, Andres Corsino Lago cedió, y colgó su acordeón.
Y Lucinda sembró la semilla más importante de su matrimonio.
Y colocó a mi guelito Andrés Corsino Lago Fernandez en la rampa de salida.
En la rampa de salida del emprendimiento.
Ese día nació Piensos Corsino, lo que hoy en día es Piensos Lago.
¡¡¡Menos mal güelita Lucinda !!!
El lampistero nunca más tocó el acordeón.
Un saludo
Hugo Lago
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