¡Hola!
Me llamo Jonathan González y mis buenos (y nuevos) amigos de Lago me han pedido que os cuente mi historia.
Verás.
Yo siempre he sido un chico de ciudad. Tengo 28 años y los 28 los he pasado en Carabanchel (Madrid).
Soy lo que se podría decir un “tipo de ciudad”.
Nunca he sido un dominguero ni un cosmopaleto (y, créeme, sé que no lo he sido por comparación, porque sí he tenido amigos que lo han sido –y mucho), pero he pisado pueblos con menos de 50.000 habitantes muy pocas veces.
Hasta hoy.
Pero, bueno, eso lo explicaré después.
El caso es que, aunque nunca he sido nunca un tipo de campo, siempre he querido vivir en un mayor contacto con la naturaleza.
En Carabanchel solía escaparme a las zonas verdes, descampados o, un poco más allá, a tal o cual colina.
Me gustaba eso.
Pero, claro, Carabanchel da para lo que da.
Lo cierto es que nunca me ha gustado demasiado la ciudad.
Mucho ruido, muchos olores, el aire cargado (igual que el agua, por buena que sea el agua de Madrid), la gente a lo suyo… ¡Y eso que yo vivía en un barrio donde la gente hacía bastante vida en comunidad!
El caso es que yo debería haber nacido en un pueblo.
Y supongo que eso es algo que mi tía Encarnita (seguían llamándola “Encarnita”, así, en diminutivo, hasta sus nietos) sabía y valoraba.
Imagino que, por eso, al morir, me dejó la casa del pueblo. Y cuando digo pueblo, digo pueblo. 95 habitantes. Algunos más en verano. Perdido en Asturias, a los pies de los Picos de Europa.
Una casa de 100 metros cuadrados y 2 hectáreas de terreno.
Una maravilla para mí. Una condena para cualquier otro, supongo. Al fin y al cabo, la discoteca más cercana está a 50 kilómetros, y deja mucho que desear. No es que haya mucho ocio en el pueblo, más allá del bar y la plaza.
Pero, para mí, que odio a la gente y quiero que el mundo desaparezca, está perfecto.
No creo que la tía Encarnita compartiese esa visión del mundo y de la vida, pero supongo que sabía que, si dejaba la casa en manos de otro, la venderían o la abandonarían.
O quizá ella también odiaba al mundo y quería darme la oportunidad de huir.
No lo sé.
El caso es que me dejó la casa en herencia y una parte de su dinero. 30.000€, que no es poco. A saber cómo ahorró tanto la tía Encarnita. Quizá era una mafiosa de cuidado.
Los vecinos del pueblo no me han dicho nada al respecto. Lo cual es lógico, puesto que aún no me han dirigido la palabra (sólo miradas de desaprobación). No sé si por miedo o por el natural recelo al forastero.
Pero, bueno, no creo que fuera una mafiosa. La tía Encarnita siempre fue una viejecita dulce.
Sea como sea, me veo con una casa que jamás habría imaginado y un dinero en el banco que mis primos ya se han gastado en sendos coches.
Yo creo que voy a utilizar el dinero (y un poco más que tenía ahorrado) para arreglar la casa y la finca.
Porque, creo que no lo había dicho aún, la casa y la finca están hechos unos zorros.
La tía Encarnita seguía viviendo en la casa, pero ya no podía hacer nada en ella. Está habitable, pero necesita reformas. No digamos ya la finca, por la que no se puede ni caminar, de lo selvática que está y lo alta que está la hierba.
Eso sí, a Kompo (mi perro) parece que le encanta. A Lako (mi gato) parece que la mudanza no le ha hecho mucha gracia. Ya se acostumbrará.
El caso es que voy a tener que hacer muchos apaños en la casa.
Así, a bote pronto, lo primero que creo que habrá que arreglar es:
1-Parte de la instalación eléctrica y de la fontanería (luces que no van, desagües que tardan en tragar, grifos que gotean, algún contacto no sé dónde que hace que salten los plomos…).
2-Cambiar los muebles (que deben ser de hace aproximadamente 2500 años).
3-Pintar (porque intuyo que esas paredes amarillas eran, originalmente, blancas).
4-Cambiar las ventanas (por otras que aíslen mejor).
5-Desbrozar la finca (no tengo muy claro cómo se hace esto, pero ya aprenderé).
Tengo otros planes para la casa y la finca, pero, de momento, esto es lo primero en lo que voy a tener que trabajar.
Es lo más urgente.
Pero, sobre cómo llevo a cabo los arreglos, mejor te hablo en la siguiente ocasión.
De momento, creo que es suficiente con esta presentación.
¡Encantado de conocerte!
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