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No todo es tan bonito en el campo...

Viernes, 10 de diciembre de 2021

¡Hola! Otra vez el sobrino de la Encarnita por aquí.

Y, hoy, el email no va a ser tan bonito como los anteriores.

Y es que, aunque me encanta lo que esto viviendo en el campo y todo lo que estoy descubriendo y aprendiendo, también hay algunas cosas malas. Y las quiero comentar.

Los ratones

Lo primero son los ratones. A poco que te descuides, se te llena la casa de ellos.

Aquí en Asturias son muy famosos los hórreos, que son una especie de graneros sobre columnas. La idea de éstos es que los ratones no puedan subir por las columnas y se caigan.

Pero, claro, hoy en día los hórreos son más decorativos que funcionales. Y la casa no es un hórreo. Así que en casa sí entran.

La cosa es que cada día se me meten en el garaje, y ahí es donde guardo la comida del perro y del gato. Que no pasa nada, porque la pongo en alto y ya está.

También se me meten en la casa, buscando llegar a la despensa. Por suerte, la despensa está en alto y está el gato que caza a los que entran (que son menos que los que molestan por el garaje). Pero me ponen de los nervios.

Que sí, lo sé, es el campo y es lo que hay. Pero eso no quita que sean unos tocahuevos. Y el que venga a vivir al campo tiene que saberlo. Si no te gustan los ratones y les tienes miedo o asco, mejor que te quedes en la ciudad.

En cualquier caso, es verdad que a todo se acostumbra uno.

Ahora he optado por colocar veneno en algunas zonas para asegurarme de que no pasen y ya está. Entre eso y el gato, está la cosa controlada. Al menos, dentro de casa.

La gente

Después está la gente. Y esto me jode, porque a los ratones puedo echarles veneno, pero a los vecino, no.

Creo que ya te conté que esta semana tenía barbacoa con algunos vecinos.

Pues no fue todo lo bien que esperaba. No faltaron comentarios desagradables y risas sobre lo novato que soy en el campo. Evidentemente, no por parte de todos. Pero sí hubo un par de ellos que me hicieron pasar una mala tarde.

Y es que esto es algo que se debe entender al venir a vivir a un pueblo tan pequeño como el mío: Aquí todos se conocen de toda la vida y tú vas a ser siempre un forastero. Un forastero que, además, se toma su estilo de vida como un juego.

En parte les entiendo, porque ellos han visto a sus hijos y nietos irse del pueblo para tener una vida mejor y tú llegas ahí como si estuvieras en un safari.

Pero, ¿qué culpa tengo yo si me gusta el campo?

Además, las formas de ser son diferentes en un pueblo que en la ciudad. La gente imagina el pueblo lleno de paz y tranquilidad. Y la hay. Pero un pueblo también son las viejas sentadas en la puerta de una casa cuchicheando con si eres maricón o no.

Es así. Eso también es “rural”.

Vivir aquí es vivir con todos los ojos puestos encima de ti constantemente. Es como vivir en una distopía con un gobierno totalitario, solo que en lugar de tecnología hay vacas.

A cambio tienes cosas muy buenas, claro. La gente, a pesar de todo, tiende a ser buena, y, si necesitas algo, te ayudan. Los cafres son una minoría. Pero una minoría en un pueblo de apenas 100 habitantes pues ya son un buen porcentaje sobre el total.

También es verdad que hoy estoy un poco cabreado. Si me preguntases mañana, te señalaría todas las virtudes de esta gente. Hoy, no.

Además, la gente aquí (gente muy mayor en su mayoría) tiene poco que hacer y se pasa el día en el bar del pueblo. Que este es un tema que convendría abordar: El alcoholismo en los pueblos.

En la ciudad hay mucho botellón, pero aquí todos se ponen finos día sí y día también. Y, si al llegar a casa calientan a la mujer, todavía se estila lo de que “son cosas de pareja”.

No todo es tan bonito.

Yo creo que lo del alcoholismo tiene que ver con la soledad que hay en estos pueblo, fruto de la despoblación. Pero, de eso, hablo en el último apartado.

Las heladas y el granizo

Luego están las heladas y el granizo que se me han cargado parte del huertito. Que a mí me da igual, porque no vivo de mi huerto. Pero me jode.

Y es algo que me lleva a pensar en lo jodido que lo tienen los que sí viven de su huerto, que están al albur de lo que quiera el clima.

Sé que se contratan seguros para ello y que hay toda una industria dedicada a resolver estos problemas, pero no deja de parecerme durísimo que te pases meses trabajando y una granizada te lo mande todo al carajo.

También es verdad que esto variará según la región en la que te encuentres. Pero, donde yo estoy, la cosa es durilla. O eso me parece a mí, vaya, que tampoco he estado montando huertos en ningún otro sitio.

Simplemente, quería mencionarlo, porque, si piensas irte a vivir al campo y tener tu huertecito, tienes que tener presente que las heladas y las granizadas pueden destrozarte los planes.

La soledad

Y, por último, está el tema de la soledad.

Yo siempre he sido una persona que gusta bastante de estar sola. Me llevo bien conmigo mismo y prefiero estar solo que acompañado (no digamos ya que mal acompañado).

Soy lo que llamaríamos una persona introvertida. Mi barrita de energía se recarga cuando estoy solo y se descarga cuando estoy con gente.

Sin embargo, incluso yo he notado la soledad al venirme a vivir al campo.

Es normal: Hay poca gente y la poca que hay es mayor.

En la ciudad, sales a la calle y hay gente. Oyes a los niños jugar por la ventana. Aquí no hay niños.

Yo estoy bien, porque si me siento solo puedo llamar o whatsappear con alguien. Y, hoy en día, con las videollamadas no tienes grandes dificultades.

Pero me pongo en la piel de alguno de los viejecitos que viven aquí y me imagino sus dificultades con la tecnología y sus hijos y nietos lejos y… Lo que decíamos antes. Es normal que acaben en el bar del pueblo bebiendo sin nada más que hacer.

Vivir en un pueblecito es muy idílico en tu imaginación, pero hay días en que, según como lo mires, parece que sea un conjunto de ancianos esperando la muerte.

Y, claro, si eres una persona que necesita ocio y movimiento de gente, el campo no es para ti. Pero supongo que eso ya lo sabías.

 

En fin, lamento si este email te ha hecho sentir un poco mal. Pero me apetecía desahogarme. También está bien, de vez en cuando, mostrar las cosas que no son tan buenas.

¡La semana que viene vuelvo más alegre, lo prometo!

 

 

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