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Tomasa y la vida en la España en la que el autoconsumo lo era todo

Jueves, 25 de octubre de 2018

Hubo tiempos en nuestra historia, no muy lejanos, en los que un pedazo de parcela era la única forma de sobrevivir a las hambrunas. Una guerra civil y una larga posguerra, con una dictadura autárquica en sus primeros años, hicieron que la vida en España fuera muy difícil para algunos en los años 30, 40, 50 y 60. Tomasa fue una de esas personas para las que el campo fue una salvación, aunque también una penitencia.

Nació en 1932, en una familia muy pobre de Cantabria, de San Sebastián de Garabandal. Su padre tuvo un accidente laboral que lo dejó sin piernas y la única cura a la que pudo acceder era agua oxigenada y algodón que recibió de la caridad y con la que se curaba su  gangrena. Con 10 años sus padres enviaron a Tomasa a vivir con una familia que se comprometió a darle alojamiento y comida, a cambio de que ella les cuidara el rebaño de ovejas que tenían y les limpiara su casa. Y eso tuvo que hacer los siguientes años de su vida: la primera vez que le pagaron por su trabajo, tendría unos 17 o 18 años.

¡A perru flacu, tó son pulgues! dice un refrán en asturiano. Y así, su familia, con los problemas económicos que tenía en esa oscura España de posguerra, recibió un regalo de un vecino de la localidad de Célix. ,la única condición de que la mitad de las ovejas que nacieran al año, serían para él. "Fue una ayuda a mi familia para sobrevivir porque había muchas necesidades. Pero tuvimos la mala suerte que llegó una peste a las ovejas y se murió todo el rebaño. No se sabía cómo controlar. Tenía yo unos 12 años. Aunque no vivía en el pueblo, porque yo servía casas".

Tomasa aprendió a sembrar en la localidad cántabra de Cabuérniga. Allí trabajó un tiempo en una casa sirviendo a una familia. Tenía 14 años. La familia constaba de tres mujeres y una de ellas se dedicaba al campo y le enseñó a hacerlo para ayudarla. "Yo tenía muchas tareas: limpiar la casa, que era inmensa, pero también me mandaron sembrar  y cultivar. Ellas me enseñaron muchas cosas. Incluso a coser un juego de sábanas, que luego le regalé a mi madre y que ella tuvo que darle a mi hermana mayor cuando se casó porque, como no había nada más que dar, era lo único de lo que disponía para aportar como regalo de bodas", recuerda Tomasa.

De Cantabria a la Asturias minera

Acabó viviendo en Asturias porque tenía una prima, también llamada Tomasa, que vivía en la Cuenca Minera y la animó a visitarla. En aquellos momentos, muchos ingenieros y sus familias vivían en esta región en auge industrial y había mucho trabajo para persona que se encargaban del hogar. Y en la Cuenca Minera conoció al que fue su marido. Y él fue quien la metió, casi a la fuerza, de nuevo a vivir por y del campo. "Me casé con 22 años y mi marido me llevó a vivir casa de su madre, en la montaña (en la aldea sierense de La Llovera) sin agua, sin váter y con una cocina de carbón malísima. Y con 9 hombres y su madre viviendo en esa casa". 

Eran los primeros años de la década de los 50. Muchos autores denominaron esa época como "La España del hambre". La autarquía aún seguía en el país: esa política económica basada en la autosuficiencia y la intervención del Estado. Sin importaciones, los años de mal clima complicaban la vida de las personas. Y así lo confirma Tomasa: "la vida era muy dura. Había días en que no tenía nada para cocinar". Su marido, minero, se gastaba gran parte de su sueldo en el bar. Eso era algo bastante común en aquellos tiempos. Por ello, los supermercados Economato, unidos a la empresa minera Hunosa, permitía a las mujeres ir a comprar sin dinero y luego descontaba esa cantidad gastada del sueldo de sus maridos, cuando cobraban al mes siguiente. Pero el marido de Tomasa decidió romperle la cartilla que le daba acceso a este derecho. Lo que hizo que ella y los tres hijos que tenía hasta ese momento, tuvieran que alimentarse solo de lo que el campo ofrecía. "Pasé mucho tiempo así. Y cuando me daba dinero, siempre me daba muy poco. Lo demás lo gastaba él".

Tomasa llegó a tener 10 hijas e hijos. Hasta que estos no comenzaron a trabajar, todos muy jóvenes, no entró dinero de nuevo en esa casa para poder mercar.

 

Usaba siempre las manos y la fesoria para sembrar y el palote para cavar y para hacer las pozas para patatas y verduras. Para segar la guadaña". ¿Qué sembrar para alimentar a una prole en la España de la autosuficiencia y la pobreza? Tomasa responde que en su huerto lo que abundaban eran berzas (que muchas de sus hijas detestaban comer), acelgas, lechugas, fabes, tanto blancas como pintas, patatas, maiz, fabonas de mayo, arbejos (guisantes como les llaman en castellano)". Sin embargo, recuerda la mujer que "con lo que sembraba no me daba para alimentar a toda la familia. Había años con climas muy poco favorables y esos años era imposible. Las acelgas aguantan todo: sol y nieve y lo que caiga, pero otras verduras, como las patatas, si no venía una buena primavera, no nos salían".

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